La falsa modestia
El comportamiento de los seres humanos está claramente condicionado por una serie de parámetros sociales a los que nos ajustamos de manera expeditiva y casi intuitiva.
Este hecho es constatado desde la antigüedad por filósofos tan preclaros como Aristóteles, para el que las acciones de los individuos están ineludiblemente conectadas con las convenciones sociales, pues no es sino la sociedad el ámbito en el que la persona se desarrolla moralmente, en interacción directa con sus semejantes.
Así las cosas, son innumerables las ocasiones en las que dejamos de hacer o de expresar algo mediatizados por esa espada de Damocles que pende en forma del "qué dirán". Podemos afirmar que la mirada y la opinión ajenas ejercen de contrapeso sobre nuestro libre albedrío, constituyen un contrapoder enfrentado a nuestra conciencia.
¿Ser o parecer?
En la memoria se nos graban a fuego frases reiteradas en la infancia: "hay que ser humilde en toda situación, no vayas de listo", "qué van a pensar tus tíos o abuelos sobre esto que haces". Recordemos también aquella sentencia de Lewis Tomas: "El primer paso de la ignorancia es presumir de saber".
Debemos, en consecuencia, invertir el viejo adagio que reza que no basta con serlo, sino que hay que parecerlo para cambiarlo por ese que asegura que no se trata de parecerlo, simplemente hay que serlo.
Verdadera humildad vs falsa modestia
La humildad existe realmente cuando evitamos la jactancia, la altanería, la vanidad; cuando comprendemos que todos tenemos ventajas y desventajas con respecto a nuestros semejantes, todos alcanzamos éxitos personales y padecemos fracasos individuales, aunque los primeros no nos deben impulsar a llamar la atención innecesariamente con comportamientos presuntuosos.
La falsa modestia es una estrategia artera del despiste orientada a resaltar nuestras cualidades incidiendo sibilinamente en ellas, pero con una especie de sordina, con la apariencia de restarles importancia
¿Existe la justa medida de la humildad?
Resulta válido y hasta conveniente reconocernos y reconocer ante los demás nuestras fortalezas y aciertos, porque en caso contrario se podría resentir nuestra autoestima de una manera innecesaria. Cuando alcanzamos la capacidad de aceptarnos con aciertos y frustraciones, entonces la humildad sobreviene por sí sola.
Lo que se esconde tras la falsa modestia no es sino un desequilibrio en la estima personal y una acuciante necesidad de que la valoración positiva de los demás compense esa carencia, además de la necesidad prioritaria del ser humano de ser aceptado por su grupo social.
Debemos desarrollar el instinto de percibir cuándo estamos orientando nuestro comportamiento a la pura aceptación social y no a la aprobación personal.
¿Que hacer cuando nos topamos con los falsos modestos?
Cuando nos irrita la falsa humildad de alguien, lo más conveniente es ser honestos y, de una u otra manera, hacerles notar nuestra incomodidad ante dicha conducta.
Hay que tener en cuenta que, en la mayor parte de las oportunidades, no se trata de malas personas, sino de individuos con dificultades tanto para ser aceptados como para ponerse en el lugar de los demás. La sutileza y una buena conversación pueden operar como potentes antídotos contra esta fingida actitud de la humildad no sentida.
¿Causar buena impresión sin recurrir a la falsa modestia es posible?
Algunos consejos prácticos
Sé honrado. La sencillez y la honestidad suelen ser los mejores aliados para no parecer arrogantes.
Enfatiza el esfuerzo. En vez de poner el acento en tus habilidades, la mejor estrategia se basa en mostrar tu capacidad de esfuerzo y tu noción de lo que significa un proceso para conseguir determinadas metas. Eso ayudará a las personas a comprenderte mucho mejor.
Sé siempre agradecido. Conectar con los demás desde el agradecimiento sincero es una buena actitud. La gratitud siempre es una emoción que actúa como cohesionador social.
AUTORES:
Verónica Rodríguez Orellana, Psicoterapeuta y Directora de Coaching Club
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